13.4.09

El frasco

Hay perfumes que en toda materia hallan igual lo poroso. Diríase
que filtran el cristal. Cuando abrimos un cofre venido de oriente
y cuya cerradura rechina levemente, o bien, en una casa desierta,
algún armario que exhalando vejez se pudre solitario, encontramos,
a veces, ese frasco olvidado, alma-aroma a la que hemos resusitado.

Pensamientos dormidos, cual fúnebres crisálidas latiendo dulcemente
en lejanías pálidas, las alas entreabren en un vuelo sonoro, tintas
de azul, lunadas de rosa, viva de oro. Y ya revolotea el recuerdo
embriagante en el aire; los ojos se cierran al instante. El vertigo
posee nuestra alma vencida y la lanza otra vez a lo hondo de la vida.

La tumba al borde de un abismo milenario, donde -Lázaro ungido,
desgarrado el sudario- resucita el yacente cadáver espectral de un viejo amor,
a un tiempo hermoso y sepulcral. Así, cuando de mí ya no quede memoria,
podré gozar aún de una siniestra gloria, cuando me hallen igual que ese frasco, olvidado, decrépito, podrido, sucio, abyecto, humillado.

Y yo seré tu feretro, amada pestilencia, testigo de tu fuerza y de tu virulencia.
¡Veneno preparado por ángeles! ¡Licor que me fué consumiendo!...!Oh vida, muerte, amor!


Las flores del mal. Charles Baudelaire, editorial tomo.

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